UN RESPIRADOR ARTIFICIAL PARA LA HUMANIDAD.
- laantorcha2000
- 16 abr 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 10 ene 2022
Posiblemente ya nada será igual. Fuimos desechando oportunidades, una tras otra, para reivindicarnos. Se nos avisó con gritos desesperados. Nos hicimos los sordos. Los mudos. Los indiferentes. Se nos desbordaban los ríos y colocábamos muros. Necesitábamos espacios y talábamos árboles. Nos fastidiaban los arroyos y les cambiamos el cauce. Nos estorbaban las personas y les hacíamos guerra. Creímos ser los amos de todo y se nos olvidó que, hasta nuestra propia vida, es prestada. Invadimos espacios ancestrales. Nos tomamos como nuestro el mar. Expulsamos las especies de su hábitat. Capturábamos animales por diversión. Nos vestimos de camuflado y fusil, y en nombre de ideologías políticas, decapitábamos, tirábamos cilindros y hasta violábamos niños. Nos creímos más inteligentes que nadie y pensamos estar a salvo por las cosas banales que inventamos. Nadie recordaba lo frágiles que somos. Lo pequeños que siempre seremos ante la majestuosidad del universo. No somos nada, y eso, por estas horas, queda más que comprobado.
Nuestra arrogancia fue creciendo con los siglos. Nos alejamos de la lectura y nos sumergimos en la especulación. Se nos olvido el valor de la palabra para darle paso a la insensatez. Nos convertimos en esclavos de la tecnología y a ella le rendimos falsos tributos. Nacieron los Youtubers, los Influenciadores y los Bloggeros. Murieron los escritores, los pintores y los compositores de buenas canciones. Nos jodimos como personas. Cantamos porquerías y pasamos de escuchar poesía cantada, a vulgaridades con rima. Nos enfermamos. Ahora somos el residuo triste del basurero que es el planeta. Somos la mugre. El virus real. Odiamos a nuestros semejantes. Sacamos armas para pelearnos con los vecinos. Nos importa poco la amistad. No nos estremece nada. Vemos vídeos de gente muriendo y los compartimos en redes, como si de un chiste se tratara. Hemos llegado a un punto donde ya no existen límites. Pero por fin nos ha llegado la hora. Lo que nos queda, si es que se nos permite, es tratar de sobrellevarlo limpiando el estiércol, oxigenando el hedor que respiramos. Nuestra respuesta ante la peste debe ser la vida. Sin ideologías enfermizas. Sin extremos recalcitrantes. Sin diluvios y hambrunas. Sin guerras interminables. Seguimos, a pesar de nosotros mismos, teniendo la ventaja. Me niego a admitir el fin del hombre. Aunque exista por primera vez, desde los orígenes de la humanidad, la posibilidad científica de ese desastre colosal. No es una fantasía. Ni una fábula. Es cierto. Ciudades desiertas. Economías colapsadas. Gente aterrorizada colocándose máscaras. Asombro. Un sistema que se derrumba sobre las débiles bases en las que lo sustentamos.
Afuera morirá, con una fiebre muy alta, el consumismo. Se llenarán de espuma los viejos pulmones de la avaricia. Estornudará la vanidad, y una toz seca y sanguinolenta, matará la indiferencia. No habrá respiradores para la maldad y el odio. Sera cierto el amor y renaceremos. O nos extinguiremos para darle paso a otra especie mejor.

Joao Carlos Pérez Dorado
Editor.
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