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El Visitante.

Un hombre empapado en sudor camina bajo el sol inclemente del medio día. El paisaje que lo rodea es bastante conocido. Calles destapadas. Remolinos de polvo avanzando entre el sopor. La modorra. El calcinado perfil de las casas silenciosas. No hay un alma despierta a esta hora en aquel lugar recóndito de la Costa Caribe de Colombia.

Todos los pueblos se parecen. En las puertas de las viviendas hay letreros que anuncian la venta de hielo o helados de frutas tropicales. Los niños juegan en los grandes patios a la sombra de lo arboles de mango. La gente esta durmiendo en las hamacas colgadas en el traspatio.

Es la hora de la siesta y casi nadie ve pasar al visitante. El hombrecillo tiene ese aspecto sospechoso de los funcionarios del Gobierno Nacional. Un cachaco, al que la transpiración, le saca chispas en la frente. Está aquí cumpliendo órdenes desde la capital, para que, en este pueblo perdido, no se sigan robando las regalías.

Antes de llegar a la alcaldía, ve con asombro, en la esquina de la plaza central, a varios hombres que le ofrecen el servicio de mototaxi a los transeúntes casuales. Es el empleo informal mas popular por estos lares.

En la entrada del Palacio Municipal lo están esperando. Un tipo sudoroso y mal educado le estrecha la mano. Es el alcalde. Cruzan la puerta de vidrio y suben las escaleras hasta el segundo piso. En el pasillo, las fotos de los anteriores mandatarios cuelgan de la pared. En un costado está el despacho del burgomaestre. Al entrar, el visitante nota un profundo cambio de clima. El aire acondicionado de la oficina es un alivio. Afuera quedan los seguidores. El comité de aplausos que espera sin vergüenza las migajas.

El visitante sin más preámbulos inicia la reunión. Dice que se han perdido varios miles de millones de un contrato. La labor está inconclusa. Las fotografías muestran el lugar de la obra carcomido por la ruina y la hierba. El balance contable es erróneo. El contratista no cumplía con los requisitos. La póliza caducó. El alcalde cobró cheques en blanco para pagarse fiestas personales.

La denuncia que trae el cachaco, como puede verse, es bastante grave.

El alcalde ni se inmuta. Ha estado frente a esta situación muchas veces. El cachaco no lo intimida. Le pide tiempo para reunir las pruebas que demostraran su inocencia. Lo invita a almorzar. Le da palmaditas en la espalda. El visitante acepta el convite y salen del palacio municipal en la oscura camioneta de la alcaldía. Según los reportes, esa noche los vieron, al cachaco y al costeño, en uno de los mas cotizados sitios de la capital del departamento emborrachándose. El alcalde ha salido ileso. Lleva ya tres años de gobierno y el visitante es su amigo íntimo. El comodín en Bogotá para tapar los huecos.

Me pregunto yo, ­­­Quién será más corrupto que quién…


Joao Carlos Pérez dorado

Editor.

 
 
 

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